Odio que violen a los libros callejeros,
esos fidedignos archivos dactilares
que, a modo de falsas monedas,
recorren manos y secuestran intenciones.
Detesto las sumisas tardes de domingo,
las preferidas del desempleado,
las que otorgan protagonismo al reloj
y pasean su candil cerrando portales.
Ayer fue domingo y empecé un libro;
en la página treinta y nueve
alguien había declarado su amor a lápiz.
esos fidedignos archivos dactilares
que, a modo de falsas monedas,
recorren manos y secuestran intenciones.
Detesto las sumisas tardes de domingo,
las preferidas del desempleado,
las que otorgan protagonismo al reloj
y pasean su candil cerrando portales.
Ayer fue domingo y empecé un libro;
en la página treinta y nueve
alguien había declarado su amor a lápiz.