martes, 9 de diciembre de 2008

Clemeneuv


Dormía ajena a la maleta
que junto a ella se estaba cerrando.
Equipaje inevitable, una despedida abortada.
Horas antes, me había recordado que llovía
y no nos hubiese importado
que las almohadas aguardasen confesión
si aquel no fuese su territorio
ni aquella mi sangre.

Su recuerdo me culpa; tengo su teléfono,
pero ella no lo sabe.

1 comentario:

Fernando García-Lima dijo...

Bermúdez, haz el favor de devolverle el teléfono a la pobre mujer, que como la llame alguien no se va a enterar.

Y pobres almohadas, qué cruz les ha tocado en su existencia. Si hablarán... ¿Hablan?